30 diciembre 2011

Urbanitas expulsados del paraíso, regresan a Yosemite (en tres actos).

Si hemos nacido en la urbe, si por nuestro trabajo desarrollamos la mayor parte de nuestra vida en grandes metrópolis, o ciudades medianamente grandes; donde todos vamos ¡a prisa! cruzándonos con desconocidos, confundiéndonos con la muchedumbre entre el anonimato implacable. Si por nuestras costumbres urbanitas nos hemos desacostumbrado a pisar el campo, los bosques y los prados hasta olvidarnos de ellos; de la montaña o la playa virgen, o de las orillas de los riachuelos persiguiendo la vereda que conduce hacia esos senderos con lugares mágicos… Es que en el fondo estamos renunciando a algo precioso que en el pasado fue totalmente nuestro: El contacto natural del ser humano con la naturaleza.

A veces pienso, que somos almas de ciudad (en pena) a nuestro pesar, sin detenernos siquiera a meditar qué significado tiene esto para nosotros. Y de este modo pues, trascurrimos por la vida sin poner en cuestión todas estas sensaciones de separación con nuestro verdadero entorno natural. Vamos de casa al trabajo, y de este al hogar cuando poseemos ambos. Vagamos de fiesta en celebración, de "movida" los fines de semana; de comida de empresa -por estas fechas- para no se sabe muy bien que celebrar en grupo. Sin pretenderlo nos convertimos en depredadores de “momentos felices” y posiblemente herederos del usufructo de sus resacas posteriores.

Con placeres superfluos encantados nos adentramos en callejones oscuros, sin más salidas, nos gratificamos con el encanto del autoengaño sorbiendo un trago de cualquier cosa, hasta que nos creemos las piadosas banalidades que nos repetimos tímidamente, para apartar nuestra desazón interior. Nos empeñamos en creer que ese es el mejor camino para lograr el divertimento o la alegría propia; y que a pesar de todo, seremos felices en la soledad de sus arrabales contaminados por la falta de supuesto hermanamiento convecino. Rodeados de miradas extrañas tomamos el ascensor procurando no intimar, ni sentirnos intimidados con los extraños que nos acompañan en tan reducido cubículo. Tensión que corta el ambiente, sensaciones escaneadoras de indiferencias o desconfianzas azotan las calles; terminamos por acostumbrarnos de estar de esta manera rodeado por desconocidos que con su hipocresía nos engañan. Percibimos que este es el paisaje urbano desolador en el que nos desenvolvemos habitualmente. Nos resignamos. O a caso… ¿Hacemos algo para cambiarlo, para entenderlo y crearlo diferente a partir de sus carencias? Hacemos todo lo posible para que no nos afecte ese entorno imperfecto por pura conveniencia y acomodo (...). No tenemos madera de héroes. Irónicamente, claudicando, sorteamos airosos esos inconvenientes, seguimos caminando avanzando, ¡sin mirar atrás! para no arriesgarnos a ser lastimados -como sucede casi siempre- por intentar mejorar lo más accesible a nuestras vidas. Hemos aprendido la lección del gato escaldado.

En este paisaje a todo color de sablazos grises, procuramos hallar  nuestro sentido a la existencia. Intentamos sobrevivir con ello, acostumbrándonos al asfalto bacheado, a las grietas de las baldosas de las aceras o las pintadas de descontento en las fachadas de un edificio abandonado; nos adaptamos a los empujones de desconocidos, a la falta de amabilidad en las colas de los que saben colarse con disimulo y descaro. En los cruces semafóricos o pasos de cebra donde no cedemos el paso nos sentimos importantes; dando por hecho, que debe ser así las vivencias en la ciudad y nuestra carencia de cortesía una chulería por los agravios soportados. Nuestros paseos solitarios por parques vallados, para nuestra seguridad, es aceptado de buen grado cuando posiblemente en la niñez no existían esos impedimentos para cruzarles a cualquier hora. Nos decimos: Debe ser la normalidad ciudadana en esta convivencia, para toda la existencia. ¿Pero cuándo convivimos? ¡Cuándo vivimos realmente liberalizados! sin impedimentos.

Brillan nuestros ojos, se nota nuestra ilusión placentera... Cuando nos reencontramos en vivo con la posibilidad de contemplar puestas de sol, amaneceres y ocasos ligadas con nubes ligeras al paso del viento… plagadas de colores; nos acercamos inequívocamente a percibirnos integrados y partícipes de esos paraísos terrenales al que podemos tener acceso, tal como a éste: El Parque nacional de Yosemite. O cualquier otro lugar conocido, bello y cuajado de contrastes que tengamos cercano por las afueras, proporcionado por el cortejo de la naturaleza, como un regalo que se nos hace en primera persona para ser gozado. Donde bajo su protección  podremos respirar aire puro, y alzar la mirada de unos sueños y los brazos ¡gritando a los cuatro vientos! ¡¡¡LA VIDA ES BELLA!!! A pesar de todo los males padecibles. Aunque sólo nos llegue la brisa sonora de sus ecos. Nos decimos: "Soy una simple “mota” en suspensión, que también juega su modesto papel en este complejo e incomprensible proyecto que abarca el universo". Pero sin perder la ilusión por lo que se puede disfrutar y padecer viviéndolo.

Risueños nos sentimos cuando ensoñar distraídos con el paisaje y sus arboledas es factible, escuchar embelesados los trinos de los pájaros con atención, o el fluir musical relajante de corrientes cristalinas sorteando su caprichosa geografía, resbalando libremente hacia su destino… ¡el mar!. Sentirnos participantes activos de ese conocimiento ancestral que nuestros antecesores supieron discernir, y que desde la ciudad llena de coches, ruido y contaminación lumínica es imposible entender y extasiarse con un manto de estrellas en la noche.

Sentirse protagonista de un escenario natural nos va propiciando sentirnos en armonía con el entorno que nos abraza a pesar de nuestra infidelidad; cuidar de él como de algo nuestro y vernos dentro como algo minúsculo con conciencia de ello, pero a la vez con humildad, ante la majestuosidad de dicho vergel monumental, llegar a comprenderlo con humilde agradecimiento... es aceptar la naturaleza de la que estamos hechos y a la que siempre hemos estados ligados aunque  se haya olvidado por el camino del ciudadano. 

¿Quién no recuerda vivamente aún, aquel tiempo feliz de juventud que pasó durante un día soleado de senderismo que pasamos en la sierra? ¿O aquel  otro vivido a la lumbre de un fuego en una noche clara bajo el cobijo de las estrellas en unos inolvidables momentos de acampada con amigos? Quién no se ha asomado al balcón de un precipicio y ha pronunciado de alguna manera para sus adentros -y para que le responda el eco- “Gracias providencia por proporcióname esta clase de existencia.”
 
Sentirnos en comunión con lo que nos rodea y “bien por dentro” consigo mismo es un lujo de nuestros días. Experimentar la plenitud, por momentos, con la mejor compañía o a solas… acompañados de una música hermosa y grandiosa, debe ser lo máximo que uno debe experimentar y recordar de esos momentos dulces, extremos y felices. Esa hermosura es lo que Henry Jun Wah Lee posiblemente ha querido captar con su cámara durante algún tiempo visitando Yosemite; haciendo incursiones y filmaciones por ese paraíso terrenal periódicamente, catalogado de bien protegido para la humanidad.

Os invitamos a daros un paseo por el bosque; momentos capturados por este fotógrafo en las estaciones de Primavera, Verano, Otoño e Invierno, en este marco incomparable del Parque Nacional de Yosemite. Os dejamos disfrutar de los valles, de sus ríos cubiertos de piedras con musgo o escarchas y saltos de agua infinitos; os mostramos el intuir del sonido crujiente de la ocre hojarasca al pisarla; del intenso perfume de sus flores, de contemplar la danza de las nubes brumosas como un hervidero burbujeante. Os invitamos a percibir el viento helado y gélido en las mejillas imaginariamente. Apreciad los coloridos con contrastes infinitos que proporcionan las distintas estaciones del año; disfrutad del coro de montañas esculpidas hacia el cielo estrellado (que también es el nuestro, aunque desde nuestra ciudad no se presienta siquiera que sea tan salpicado, bello y armonizado por el resto del caos).

Gozad de la música de acompañamiento -y de fondo- que os irá guiando e introduciendo por tan maravillosos y recónditos secretos a pantalla completa. Disfrutad del momento ¡de vuestro personal momento a solas! con todo este universo que espera vuestro sensible regreso. Abrazadlo con los cincos sentidos bien dispuestos delante de la pantalla de vuestro PC. Ya nos contaréis si ha merecido la pena la excursión campestre, el trasiego del paseo estrechado, aún siendo virtual la sensación que os haya proporcionado la contemplación de esta aventura o experimento videográfico en alta definición. Saldréis de esa Naturaleza sensiblemente mejorados por dentro tras la contemplación de los "tres actos" que desde aquí os hemos invitado a recorrer.




MÚSICAS |  Video1: Somewhere OnlyWe Know / por Keane (Letra en castellano)
                    Video2: A Thousand Whispers / por Hoppe / Tillman / Wheather 
                    Video3: Xibalba / for Clint Mansell

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